Por allá de los días de diciembre 2007, tomé la decisión de salir de viaje a cualquier lugar que estuviera a más de 3 horas de Puebla, y así fue. Viajé a un lugar llamado Zitácuaro, Michoacán.
Fue un viaje de 4.5 horas manejando para allá, crucé por el Distrito Federal sobre la calle o bulevard llamado "Viaducto" hasta llegar a "Santa Fe", después cruzamos la ciudad Toluca, pasamos por la zona industrial que está padrísima!, limpia y ordenada ya que está partida a la mitad por el famoso bulevard: "Tollocan" y así todo derecho hasta cruzar Valle de Brazo y lugares que jamás había pensado conocer y mucho menos aparecen en el
mapa-mundi de la escuela.
Total llegamos hasta Zitácuaro, un lugar que al salir de allí, pude notar la gran influencia de
"chicanitos", o
"pochos", o
"mojados" dentro de la sociedad michoacana. Sentía un ambiente tenso, la gente escondida, con miradas de miedo, poca conversación...nunca había estado en un lugar así. Estaba acostumbrado a la gente veracruzana, gente de la costa, gente del DF que se me hace más abierta, y de tlaxcala -aunque conservadora pero cálida.
Me dediqué a llegar al hotel, instalarme y salir para tomar rumbo hacia el famoso "Santuario de la Mariposa Monarca el Rosario".
Me dirigí como me indicaron los lugareños hacia el municipio de
"Ocampo": "se va todo derecho hasta que encuentre la vuelta, ahí, da vuelta a la derecha; hay unos topes, y luego sigue los señalamientos. Ahí se va todo derecho y ahí le van diciendo". Gracias fue lo que pude decir.
Total, me atreví a llegar y a buscar el lugar siguiendo los señalamientos.
De lo que pude ver a las orillas de Ocampo, fue...tienditas y más tienditas, eso fue todo.
Luego al subir, pasé por un lugar de terracería y blocks, casitas y más casitas de madera es lo que encontraba. De repente, el camino estaba tapizado de blocks y me topé con algo que pensé que era una broma, o una cosa revolucionaria de los
zapatistas o de las
FARC's. Era una caseta a la orilla del camino con un trío de señores, dos esperando dentro de la caseta y uno afuera. La vista era grandiosa, de aquellas que muestran las películas antiguas con mucho bosque y una que otra casita que se deja ver, silencioso, nuboso y un aroma a fresco y a limpio que cualquier defeño podría morir al oxigenar sus pulmones.
Tuve que detenerme porque desde el interior de la caseta jalaron una cuerda que se podía haber roto si la empujaba con el auto, pero reconozco que tuve miedo a lo desconocido. Al detenerme, el señor que estaba afuera se acercó al auto, me pidió que bajara la venta y en ese momento comenzó la experiencia...
"Son quince pesos joven", me dijo mientras tomaba unos boletos y lo partía para dármelo. Me causó mucha duda la pedida de dinero y jamás he sido de los que dan propina o regalan dinero al que sea, pero después de leer el boleto lo tuve que pagar y me dejaron pasar. El boleto era el pago de la "caseta para la conservación de la carretera". No lo creí en principio y me dió coraje porque pensé que era uno de esos robos fáciles porque se veía el bosque muy cerca y pensaba que ya estaba ahí el santuario.
Avancé y seguí el camino serpenteado del bosque y tomó casi una hora de subida al Santuario. Los paisajes eran hermosos, dignos para presumir en una película o telenovela o sesión fotográfica. De hecho puedes encontrar en el rumbo el único hotel tipo hacienda con caballos, pista de bicicleta, granja y buen servicio.
Al llegar al Santuario y bajar del coche, me llamó la atención el tipo de organización que tienen, son los mismos lugareños los que te atienden en las cabañitas de comida, las cabañitas de regalitos y
chacharitas, recuerditos y hasta cantos de los niños por si vas acompañado.
Caminé y ¿qué pasó?, otra cuota, pero esta vez era para pasar, ahora sí, al Santuario. Tenía la misma línea: los dueños de los ejidos eran los que cobraban todo: $35 para pasar, el baño $2 y las playeritas y fotos y sudaderas. Es de llamar la atención que no había nadie para proteger la zona, algo así como un policía municipal o estatal o federal; eran solo ellos, organizados a lo largo del pasaje para orientar a la gente, cuidando la vegetación, cuidando el cumplimiento de los señalamientos, cuidando que todos estén dentro del camino y que se mantenga el orden ecológico-social.
No había armas, ni nada que se le pareciera, solo ejidatarios que seguramente todavía podían dominar alguna lengua. Son ellos los que te piden que dejes a la naturaleza en paz si quieres llevarte a una mariposa muerta, los que te guían y te explican la llegada y la salida de sus huéspedes: las mariposas monarcas.
Es, desde mi perspectiva, un ejemplo de una sociedad organizada por un bien común, en el entendido de que el cuidado y protección de su lugar de trabajo les seguirá dando el pan por lo menos durante el periodo en que están sus huéspedes. Y es de eso de lo que viven cuando vienen las mariposas según me dijeron.
Ojalá en toda la sociedade nuestro país pensáramos igual y nos ocupáramos en lugar de quejarnos y destruir nuestros propios ecosistemas y a nuestro país.
Qué dices?